Simplemente Liliana

domingo, octubre 29, 2006

Pétalos de lirio...

Liliana, así me llamo y no tengo segundo nombre, cosa que produce sorpresa en muchos; he escuchado por ahí que el cura en mi bautizo, mientras desparramaba agua bendita, me puso “del Carmen”, para que así llevara al menos un nombre católico, afortunadamente mi padre, Rubén, ya me había inscrito y en mi Cédula de Identidad registro como me conocen. Buscar alternativas parece que tampoco era la idea ya que Liliana se llama mi madre, sería que el meditar sobre lo convulsionado que estaba el país los mantenía muy ocupados, quizás, tras una larga caminata de regreso a casa o la espera en las filas para conseguir algo de alimento, los hacía llegar rendidos.

Con el nerviosismo de los bombardeos, toques de queda y desaparecidos también desapareció el ánimo de seguir buscando, hasta que llegó mediado de octubre, fecha en que venció el plazo. Puede ser que debido al futuro incierto y al régimen impuesto en el que comencé a dar mis primeros pasos, tampoco se atrevieron a darme una hermana o hermano, ¿será que mi peso excesivo, adquirido rápidamente con posterioridad al parto, dejó sus brazos exhaustos y sin deseos de cargar con otro bultote?, peso que pocas veces ha estado conforme a mi estatura y con el que he lidiado siempre.

De mis inicios en comunidad educativa, tímida en la Parroquia Italiana, recuerdo el timbre en mis cuadernos de una, dos o tres estrellitas para calificar el desempeño realizado; la expresión de la tía al darse cuenta que mi mano izquierda era quien obedecía ordenes y no la derecha como la mayoría, los llantos incontrolables al no querer entrar a clases, probablemente para no recibir el maltrato de algún compañero.

Hubo tardes en que acudían mis entusiastas fans (abuelas) para ver la presentación que hacía con mis pequeños pares, no importaba si vestía de pascuense o nortina, la seriedad en mi rostro no me la sacaban con nada, la sonrisa sólo se presentaba al tomar un helado que invitaban mis padres para celebrar a “la niña”.

Para comenzar la básica, sin salir del sector, fui inscrita en un colegio católico, donde la directora era monja, el resto comunes creyentes que inculcaban valores cristianos y buenas costumbres. Al no cumplir con el requisito de la edad hice nuevamente kinder, y como me gustó tanto el colegio y las amigas, no lo dejé más.

Acompañada por mi crespita y pequeña nana en los primeros años, iba y venía del templo del conocimiento, haciendo el intento por aprender algo y no dejar en vergüenza a mis pedagogos progenitores, pero al parecer lo mío, a pesar de las recriminaciones, era ver televisión antes y después de la jornada y si habían ganas hacer las tareas tirada en la cama de papás buscando un poco de ayuda.

Pasaron los años y definitivamente no fui un alma metódica, salvé muchas materias con el esfuerzo previo a la prueba y en el área humanista, porque de la científica y “numérica” como le digo yo… mejor ni hablar.

Maquegua y Mirasol fueron los dos lugares escogidos para repetirme año tras año y desde muy pequeña, el soleado verano, el primero en compañía de primos, tíos, parientes lejanos y cercanos, mucha gente que hasta hoy conserva ese mítico recuerdo del tren y de las tardes al sol, las noches de luna y estrellas sin luz artificial, el segundo con mis tíos, padres y abuelita, sin amigos y con vergüenza de hacer lazos.
Mi patio: el parque, donde en los cumpleaños disfrutaba con mis invitadas para volver, a comer cuanta mezcla cabía en nuestros estómagos, al departamento que me vio crecer y que nunca fue pequeño para mí, la pieza una cancha y el lecho de mis padres una gran cama elástica.
Más grande se libraban de mí porque me iba a casa de amigas, para andar en bicicleta, jugar hasta el cansancio o estudiar.
El tiempo pasó, la niñez, la adolescencia y dejando la timidez en el pasado, una vez salida del colegio, llegó el enfrentamiento al mundo mezclado, pero al ser sociable nunca tuve problemas, aunque hasta hoy el rojo brota de mis pómulos y se extiende por todo el rostro en los momentos menos pensados.
Convivencias y paseos de curso, nunca lo pasábamos mal.
Con muchos trasnoches producto de esto de ser “audiovisualista”, pero con cero motivación de comunicar -necesaria cualidad para la carrera- finalicé una etapa estudiantil, que luego de pasar de productora practicante a productora general, con título en mano, dejé y no retomé, guardando el recuerdo de entretenidos años tras las cámaras.
Más tarde, entre medio de trabajos y aprendizajes varios para hacer vibrar mi cabeza y espíritu, comenzaría otra etapa, bastante más reposada, que hasta ahora me ha llevado a tener un horario de oficina y a estar detrás de un escritorio, ¿hasta cuando?, no lo sé.

Carolina, mi "jefa", amiga y profe de teatro; Gloria de Tarot.
Patty, amiga y compañera de audiovisual.
Vicente, actor y productor, fiel amigo.

Si de amor se trata, desde que cruzo la calle sola, me han roto el corazón y lo he cosido, parece que mientras más zurcido está, más fuerte se hace y disfruta más de la compañía, del cariño y la entrega sin densas ataduras, dejando en la sombra amores que sintieron en presente y que ahora son pasado; todo sirve para aprender, errores y satisfacciones. No me puedo quejar, he conocido personalidades diversas, ninguno retrógrado, machista, o celoso en su pensar o actuar, más bien músicos que han armonizado mi andar con sus melodías.
Hoy, mi chiquitito y yo nos enlazamos acariciando las diferencias dando pasos por un camino que se pierde en una curva, seguiré en la senda para descubrir hacia donde me lleva.